AHORA, SOY UNA GUERRERA
La
Gabarra ubicada en el departamento de Norte de Santander, es un pequeño corregimiento
afectado por los grupos armados de Colombia, hacia el año 1998 el municipio era
manipulado por la guerrilla autodenominada como las FARC, sin embargo, el lugar
era aparentemente “tranquilo” y no se había desatado la violencia.
El
26 de Junio de 1998 aproximadamente a las 6:15 de la tarde, tras más de 8 horas
de espera en el puesto de salud de la Gabarra, la familia Jerez Ortega recibió
a una nueva integrante, su segunda y última hija, a quién decidieron llamar
Omaira.
Al
transcurrir el tiempo, cuando la pequeña tenía tan sólo 13 meses, la situación
del corregimiento se volvió más complicada de lo normal, las autodefensas
unidas de Colombia deciden atacar a la guerrilla de las FARC. El hecho ocurrió
el 21 de agosto del año 1999, un grupo de hombres encapuchados llegó al pueblo
a asesinar a todo aquel que perteneciera, siguiera o apoyara al grupo
guerrillero, el hecho dejó decenas de muertos.
Cada
día Omar temía por el bienestar de su esposa y de sus dos hijas, por eso toma
la decisión en el año 2000 de trasladarse a la ciudad de Cúcuta, sin importar
que no contaban con la ayuda de nadie, trabajó cada día “así lloviera, tronara
o relampagueara” para poder sostener a su familia. De esta manera, en el mes de
marzo del año 2003, decide dejar a su familia en la ciudad y volver a la Gabarra,
con el fin de tener un trabajo mejor remunerado.
Omaira
de tan sólo 4 años de edad nunca se imaginó que aquella vez, iba a ser la última
en ver a su padre con vida. A pesar de la trágica muerte, la pequeña a esa edad
no entendía lo que pasaba, tan sólo veía a su madre llorar desconsoladamente en
una sala de velación.
Al
pasar los años, fue entendiendo que su padre había muerto físicamente (porque
no se muere quién se va, solo se muere el que se olvida); la adolescencia fue
muy dura sin la figura paterna, pero siempre contó con el apoyo de su hermosa
madre, su incondicional hermana y de sus maravillosos tíos.
Pese
a la difícil situación, Omaira siempre se mantuvo soñadora y perseverante, destacándose por su dedicación al estudio, su amor por los animales y su gran deseo de ser docente. Aunque muchas veces los obstáculos parecían inmensos, sus metas eran aun más grandes. Hoy más que nunca, a sus 20 años, se encuentra viviendo y luchando por su propio sueño, amando a su familia y cada cosa que hace, sabiendo que desde
su profesión puede aportar su granito de arena para el cambio del mundo y recordando
siempre “que para atrás, ni para coger impulso”.
Omaira Jerez, 2018.
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